En la elección del nombre confluyen los deseos de los padres hacia el hijo. Adueñarse del nombre supone aceptar el legado que nos inscribe en el mundo social, pero también podar lo que nos impide separarnos y escribir nuestra propia historia. Hacer propio el nombre propio es un proceso ineludible para todo sujeto, es una tarea que nunca termina. Veamos qué significa el nombre propio.
El nombre propio en el psicoanálisis
El nombre propio no es un mero deíctico. Para el antropólogo Lévi-Strauss el nombre propio clasifica al sujeto en un clan, que implica mandatos y prohibiciones (Ledezma, 2016). En el nombre elegido se depositan deseos reprimidos e ideales narcisistas que los padres tienen con respecto a los hijos que van a nacer (Marcer y Kicillof, 1990). El sujeto puede identificarse con estas depositaciones para llegar a ser, sin darse cuenta, algo que en realidad no es (Mazzuca, citado por Ledezma, 2016). Por eso todos los seres humanos tenemos que resignificar nuestro nombre, o, dicho de otro modo, adueñarlos de él. De lo contrario podemos estar viviendo una especie de guion fantasmático de nuestros padres, dificultando nuestra separación psíquica de ellos.
¿Pueden presentarse dificultades para realizar el proceso, siempre inacabado, de adueñarse del nombre propio?
La literatura clínica nos dice que sí. Algunos nombres se han solidificado y producen padecimiento, el sujeto ha quedado identificado a un signo cerrado (Zelis, 2012).
Nos dice Juan Eduardo Tesone, en su libro En las huellas del nombre propio: “Se atribuye un nombre a un niño, pero a veces se atribuye un niño a un nombre” (Tesone, 2011: 15). Veamos un ejemplo:
El caso de René
René, de 5 años, retraído y víctima de una desestructuración psicótica evaluado en el marco de una consulta en un Servicio de psiquiatría infantil de París, había nacido tras el fallecimiento de su hermano mayor. Su identidad sólo era reconocida como renacimiento del hermano mayor muerto, corno instrumento para negar el cadáver, cuyos signos de descomposición persistían sin embargo en él (Tesone, 2011: 82).
En francés René es homófono de renacido. Representaba un hijo nuevo para negar el duelo por el hijo muerto.
El nombre propio para llenar los agujeros de la identidad
Hay una “íntima relación de los cambios de nombre con las luchas de identidad. Los nombres tienen un fuerte valor afectivo y simbolizan una parte importante de la identidad de una persona” (Falk, 1975-1976: 647).
La pertinencia de un cambio de nombre debe analizarse con el máximo cuidado, pues podría entrañar una negación del proceso de castración simbólica, o separación de las figuras parentales. O también, una pérdida de identidad potencialmente desestructurante.
Para Lacan, el nombre propio esta hecho para llenar los agujeros de la identidad, para ofrecer una falsa apariencia de sutura (Zelis, 2012). Es célebre el caso del escritor James Joyce. Con la producción de su obra literaria Joyce consigue hacerse un nombre propio. La escritura recosía el desgarro psicótico por la carencia de Nombre del Padre. Recalcati nos ofrece un caso más actual, el de una joven psicótica que decidió dedicarse a copiar las grandes obras de la pintura contemporánea. Hacerse copiadora de la obra de los padres estabilizó su psicosis. Le permitió forjarse un nombre propio socialmente reconocido (Recalcati, 2003).
Conclusiones
En la literatura del Antiguo Testamento, los nombres tenían un gran significado y se les daban diversas interpretaciones. El nombre de los doce hijos de Jacob, por ejemplo, recibe una aclaración detallada. El primero, Rubén, fue nombrado por su madre, Lea, que había estado celosa del amor de Jacob por su rival Raquel y logró darle un hijo a Jacob antes que Raquel, con la esperanza de ganarse el amor de su esposo de esta manera: Rubén significa “he aquí … ¡un hijo!» (Génesis 29:32). (Falk, 1975-1976: 647).
En definitiva, los padres eligen el nombre que mejor condensa, desde el fondo de su inconsciente, el mosaico de deseos y expectativas del hijo por nacer (Tesone, 2011:109). El que nombra tiene cierto poder sobre el nombrado, y así lo entendían, por ejemplo, en el Antiguo Egipto. El nombre propio era secreto, pues su revelación otorgaba poder sobre la persona interpelada para dominarlo (Tesone, 2011).
Las mayores perturbaciones pueden venir, como hemos visto, cuando el nombre viene a negar duelos anteriores, cuando el hijo, de una u otra manera, viene a suplir las carencias de los padres y va a ser colocado como su sostén narcisista. Pero incluso en el mejor de los escenarios la apropiación del nombre, y el hacerse un nombre, es siempre tarea ineludible de todo análisis y de toda vida. Con una crianza suficientemente buena no debería ser una carga, sino una aventura.
Referencias bibliográficas
Falk, A. (1975-1976). Identity and name changes. The Psychoanalytic Review, 62(4), 647-657.
Ledezma, A. (2016). ¿Nombrarse o ser nombrado? El nombre como depositación. Revista Winb Lu. Esc. De Psicología. Universidad de Costa Rica, 11(2), 31-39.
Marcer, C., Kicillof, D. (1990). Introducción al psicoanálisis de la elección de los nombres propios. Revista de Psicoanálisis de Buenos Aires, 47(1), 129-39.
Recalcati, M. (2003). Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis. Madrid: Síntesis.
Tesone, J. E. (2011). En las huellas del nombre propio: Lo que los otros inscriben en nosotros. Buenos Aires: Letra Viva.
Zelis, O. (2012). La función del nombre en psicoanálisis: articulación entre las concepciones de J. Lacan y C. S. Peirce. IV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XIX Jornadas de Investigación. VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. Recuperado de: https://www.aacademica.org/000-072/921
IMAGEN: Recorte de Magritte, R. (1937) La reproduction interdite. Museum Boijmans Van Beuningen in Rotterdam.