“La gente es mucho más feliz, mucho más amable, mucho más simpática, pero su cuerpo sigue siendo un lugar de infierno” (Missé, 2019).

Miguel Missé. Sociólogo y activista trans.

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Introducción: El torrente pulsional

 

El cuerpo como campo de batalla, o como un “lugar de infierno”, como dice Missé, nos revela la enorme falta de sostén que sufre el sujeto posmoderno desde su más tierna infancia. No voy a centrarme en etiquetas diagnósticas o trastornos mentales, sino en sufrimientos humanos, en lo que los propios protagonistas nos cuentan en consulta, en la calle o en publicaciones. A ellos nos debemos y tratamos de escucharlos desde la teoría.

En psicoanálisis, la pulsión es una fuerza constante e interna de la que un sujeto no puede sustraerse (Freud, 1915). Es un impulso que siempre busca su descarga, que carece de límites porque nunca se satisface del todo. Son los cuidados maternos los que, desde el comienzo, ayudan al bebé a crear un mapa psíquico de su cuerpo, de sus sensaciones y afectos. Así va aprendiendo que lo que le pasa es que le duele la tripita, que tiene hambre o sed, etc. El deseo de la madre le insufla vida, y el bebé buscará, pulsionalmente, la ternura y el placer que ya ha conocido. Posteriormente entra en juego la función de corte o de límite; el eterno, aunque actualmente amenazado: “Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”, de Serrat.

Imaginémonos ahora que la crianza fuera como canalizar un torrente. Si no fuéramos poniendo diques a esta fuerza de la naturaleza, en cuanto llegasen las lluvias anegaría los campos y todo cuanto encontrase a su paso. Pues bien, en nuestra metáfora el torrente es la pulsión, los diques son las marcas simbólicas de la crianza y el campo es el propio cuerpo del sujeto. Es decir, todo aquello que no es simbolizado (1) se irá al cuerpo generando síntomas. El cuerpo se convierte en campo de batalla de los procesos que no podemos resolver en lo simbólico.

Podríamos decir que el sujeto posmoderno esta bastante afectado por su torrente pulsional, por la ausencia de límites. Lo vemos en la falta de capacidad de frustración, en las dificultades de sexuación, en las emociones desbordadas, en la falta de control de impulsos, en la incapacidad de esperar, en el rechazo a la palabra, en el dolor corporal sin causa orgánica, en la apatía, adicciones, etc. Todo un abanico de síntomas que generalmente pasan a identificarse en etiquetas diagnósticas, sin comprender nada de lo que ocurre: TDAH, ansiedad generalizada, trastornos de personalidad, transexualidad, trastorno dismórfico corporal, anorexias, bulimias, depresión, fibromialgia, etc.

Para aproximarnos al laberinto transexual, y ya paso a adelantar la tesis de que para su resolución debemos recurrir a la clínica del caso por caso, vamos a ofrecer una serie de criterios desde los que poder pensar, desde la base del concepto de pulsión: el Ideal posmoderno de goce; el rechazo del Otro, el síntoma como enseña identificatoria, el Ideal cruel y el cuerpo como campo de batalla en los sufrimientos actuales; la ideología; la crisis del Nombre del Padre; la prisión en el Otro; el bricolaje para el goce y la Ciencia como depositaria de certezas. Prepárense para tolerar un poco de angustia, pues es la única manera de que emerja algo de nuestra subjetividad.

 

El Ideal posmoderno: ¡Goza!

 

El Ideal de nuestra sociedad ya no implica una importante renuncia pulsional, como en el pasado, sino todo lo contrario, la obligación a no renunciar, a gozar (2) sin límites. El mismo mensaje se puede encontrar por todas partes. En la versión antigua de la película Solaris, dirigida por Andréi Tarkovski (3), el protagonista, un psicólogo cientificista, sufría un proceso de maduración que implicaba el abandono de una posición narcisista ante la vida. Por el contrario, en la versión más actual, dirigida por Steven Soderbergh,  no se da ya ninguna maduración, sino que se celebra que el protagonista adopte una posición de goce casi solipsista.

Basta ver cualquier anuncio: la Coca-Cola es “la chispa de la vida”, un cuasi-divino plus de goce; el eslogan de Adidas “impossible is nothing”; o los automóviles, que son convertidos en objetos fetiche. El Ideal de progreso sigue la misma línea, siempre a más, sin límites, pero sin saber nunca hacia dónde vamos o cuál es nuestra cuota de responsabilidad por la destrucción que dejamos a nuestro paso.

Según el filósofo Gustavo Bueno, la idea de felicidad de Fichte se encuentra esparcida en nuestro mundo actual: “Está reabsorbida en una concepción progresista del mundo, a través de los pueblos que pueden hacer avanzar este progreso” (Bueno, 2012).

Una idea de progreso que necesita, a su vez, una idea trascendental del yo a la que no se oponga límite material alguno:

“Sin esfuerzo, no hay objeto”, dice el eslogan de Fichte. “Solo en la medida en que una cosa se relaciona con la facultad práctica del yo”, escribe, “podrá tener una existencia independiente” (Fichte, 1982: 248). Se trata de una fantasía de omnipotencia infantil, en la que no puede haber una auténtica alteridad (Eagleton, 2017: 42)

Friedich Jacobi rechazaba este idealismo como pura soberbia e individualismo solitario, oponiéndole lo que denominaba “la dependencia del amor” (Eagleton, 2017: 32).

La libertad se entiende hoy como la no imposición de límites. La creencia de que en la crianza no hay que imponer nada al niño. Decía una usuaria de una famosa red social: “No le enseñes, déjalo a su bola, un bebé marca su propia trayectoria, la que a él le gusta, basta de marcar caminos”.

Impera por doquier la creencia en el mito de la libre autodeterminación del individuo, que implica el rechazo de nuestra dependencia estructural con los demás, y por qué no decirlo, de nuestra deuda con los demás. El mito de la autodeterminación de género sería un excelente ejemplo de esto mismo. Por no depender, ya no dependemos ni de la materia biológica.

Pero no somos una sociedad más libre eliminando los límites (o lo que es lo mismo, la autoridad que los impone), sino, como veremos, más esclava.

Decía el filósofo Rémi Brague acerca de la libertad:

Un taxi libre es un taxi que está vacío, que no sabe dónde va, y que puede ser cogido al asalto por cualquiera que pueda pagarlo. Eso explica la forma en la que nuestros contemporáneos entienden la libertad: no saben dónde ir. Sus pasiones o sus intereses o la propaganda o la costumbre o la publicidad: cualquier influencia exterior lo tomará al abordaje como se toma al abordaje una nave, y lo llevará a cualquier lugar. ¿Es eso ser libre? (Rémi Brague, entrevistado por Grau, 2019).

 

Los sufrimientos actuales: El rechazo del Otro

 

Si el adolescente de otras épocas necesitaba hacer maniobras histéricas para consumar la separación psíquica de las figuras primordiales (usualmente los padres), el adolescente actual lo tiene mucho más difícil. Las maniobras de separación ya no son del orden histérico (las que todos conocíamos), sino de un orden más psicótico. Se produce un rechazo del Otro.

La madre ocupa primeramente el lugar del Otro, va colocando los diques simbólicos al torrente pulsional del niño, que sustraen lo excesivo del goce. Pero el sujeto se relaciona toda su vida con un Otro: Dios, la autoridad, figuras idealizadas, doctrinas hipostasiadas, etc. El Otro nos estructura, nos permite ser.

Missé parece hablarnos de los efectos de este rechazo:

“[Se] genera un ensimismamiento total en el que se vive de forma obsesiva la evolución del propio cuerpo sin solidaridad, sin comunidad, sin reflexión crítica. Solo yo con mi cuerpo, que moldeo a mi gusto” (Missé, 2018: 92).

El sujeto no sabe quien es porque “es a través de la mediación del Otro como el yo puede alcanzar su identificación” (López, 2017). El taxi libre es abordado por cualquiera y los sufrientes hacen del síntoma (4) una enseña identificatoria (Recalcati, 2007: 24).

Para Recalcati (2007: 25): “Este rechazo del Otro es un rasgo sensible que reúne a los nuevos síntomas (anorexia, bulimia, pánico, depresiones, dependencias)”. La anorexia, por ejemplo, era descrita por las pacientes como una barrera frente a la voluntad materna. Una anestesia del cuerpo: “El pensamiento del cuerpo delgado me ayuda a liberarme de todo, fuera de esto, mi vida es un ciclo y reciclo de humillaciones” (Recalcati, 2007: 195).

Otra persona compartía su experiencia en Twitter:

La anorexia llega cuando más perdido estas, cuando todo es un caos. Te promete cosas muy bonitas y atractivas: perfección, control, belleza, amor. Te seduce

[..] Y cuanto más peso pierdes y se supone que más cerca estas de sus objetivos, peor. Nunca se conforma, quiere más y más (Cuevas, 2020).

 

“Quiere más y más” porque el Ideal de goce se convierte, en la práctica, en un Ideal cruel que puede conducir a la muerte.

 

El caso de la joven que se creía fea

 

Una joven acude a consulta por angustia y dificultades para encontrar trabajo. “Trabajar es perder la vida” (Morel, 2002: 69), decía. En el transcurso del análisis se vio que la angustia estaba relacionada no con la pérdida de la vida, sino con la pérdida de la madre. Su madre consideraba que su hija era fea. Ella estaba decidida a someterse a una operación de cirugía estética.

La niña «sabía» por su madre que se había vuelto fea de la noche a la mañana, a los tres años, cuando un chico del jardín de infantes le dio una «patada» en la cara. Una lógica irrefutable la empujaba a rehacerse el rostro como «habría debido ser» sin ese puntapié. No sólo sería linda sino que, sobre todo, sería amada por un varón [..] Prisionera del discurso materno, era literalmente hablada por su madre, en cuyos ojos se miraba, y esto, con la lógica que antes mencionamos, la llevaba directamente a operarse (Morel, 2002: 70).

Pese a que el cirujano desmintió el hecho de la patada a los 3 años y aclaró que la particularidad de su rostro era congénita, persistía en ella la convicción. De no ser por el trabajo en análisis, la creencia delirante habría llevado a la joven a operarse una y otra vez. El taxi libre habría sido abordado por la promesa de completitud de las clínicas de cirugía estética.

La creencia en un “error” que debe ser reparado nos recuerda a los casos de transexualidad. Aquí el “error” no estaba propiamente en los atributos sexuales, sino en una supuesta fealdad. El rechazo del Otro materno había dejado a la joven, precisamente, “prisionera del discurso materno”.

El laberinto de la transexualidad

 

Mi experiencia dinamizando espacios de acogida a gente trans es que el riesgo de suicidio no disminuye tanto al iniciar tratamientos médicos porque el odio hacia el propio cuerpo o hacia uno mismo es algo mucho más profundo, no está en la piel ni en los órganos. El cambio corporal no lo es todo, no resuelve todos los malestares, no otorga una nueva vida. Existen adolescentes trans con un passing (5) indiscutible que también arrastran consigo tentativas de suicidio porque se siguen sintiendo aislados e incomprendidos. Porque ¿de qué sirve pasar desapercibido si uno se siente igualmente aislado, raro, derrotado o deprimido? El cuerpo es el lugar en el que se expresa el malestar, pero no es la fuente del malestar trans (Missé, 2018: 76-77).

 

Sin cirujano ni endocrino, no hay transexual

 

En 1950, el endocrinólogo Harry Benjamin formaliza el concepto de transexualidad. El transexual, a diferencia del travesti, no siente placer erótico travistiéndose, y, además, rechaza sus órganos genitales.

En cuanto al término género, surge en 1955 de la mano del médico y psicólogo John Money. Es lo que la persona dice o hace lo que revela su estatus masculino o femenino. Posteriormente, Robert Stoller marca la distinción entre sexo (criterios biológicos) y género (convicción subjetiva), introduciendo el concepto de identidad de género, que llega hasta nuestros días (Álvarez et al., 2016).

Para Lacan, la posición transexual (o síntoma transexual), es la convicción, impenetrable a toda argumentación racional, de ser una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre (en el caso de un varón biológico), o de ser un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer (en el caso de una mujer biológica); unido a la voluntad de transformar su cuerpo en el del sexo sentido (Millot, 1984).

La convicción de estar atrapado en un cuerpo equivocado es antigua, pero no así la demanda de cambio de sexo, que surge con la oferta científica. Como indica Catherine Millot: “Sin cirujano ni endocrino, no hay demanda y no hay transexual” (Millot, 1984: 14).

El rechazo del Otro sostenido en la ideología

 

Para Judith Butler, referente internacional del movimiento Queer, el orden de género establece una jerarquía que, en sí misma, oprime a la mujer y a los individuos de géneros o conductas sexuales no normativas: “El género debería ser derrocado, suprimido o convertido en algo ambiguo, precisamente porque siempre es un signo de subordinación de la mujer” (Butler, 2007: 15). Butler llega incluso a confundir el género con el sexo biológicamente dado: “El sexo podría no cumplir los requisitos de una facticidad anatómica prediscursiva. De hecho se demostrará que el sexo, por definición, siempre ha sido género” (Butler, 2007: 57).

Para Jacques-Alain Miller y Eric Laurent “el ideal propuesto [por Butler] es el de un sujeto desidentificado, definido únicamente por su práctica de goce, y como tal, la única nominación válida será la proveniente del propio sujeto y no la del campo del Otro” (Álvarez et al., 2016).

 

La sexuación: La crisis del Nombre del Padre

 

En los primeros momentos del niño no hay aún una identificación a un género (hombre/mujer), ni una posición de goce (masculina/femenina), ni una orientación sexual (hetero/homo).

La sexuación no viene dada de forma innata, es un proceso que tiene que ver con la función de corte (cuya resultante sería una posición de goce). La palabra sexo viene del latín sexus, la cual viene del verbo secare (cortar) (6).

En el diálogo platónico de El banquete, Aristófanes propone el mito originario del ser humano como un Todo. Puesto que la fuerza así obtenida suponía un desafío a los dioses, estos rompieron el Todo y crearon dos cuerpos, hombre y mujer separados, condenados a buscarse eternamente. Evocando el mito, el niño también debe ser separado del Todo que forma con la figura materna y posicionarse sexuadamente. En psicoanálisis se llama función paterna a este corte, o límite, que permite la sexuación.

Si bien en nuestra sociedad nadie duda de la importancia de una madre; la figura del padre, en cambio, esta borrada, hurtada diría Francisco Peñarrubia. Así como la función materna puede también ser ejercida por un varón, una mujer también puede ejercer la función paterna. Pero, si no negamos la importancia de una madre, ¿por qué negamos la importancia del padre?

Al respecto de las dificultades de crianza en las familias monoparentales, dice la psicoanalista Marie-France Hirigoyen:

No es fácil educar sola a los hijos, porque la madre desempeña todos los papeles: ella da los mimos y, al mismo tiempo, es quien debe decir no. Este matriarcado educativo aleja a los hijos de la realidad y favorece la formación de personalidades narcisistas (Hirigoyen, 2007: 39).

Si el padre es importante para el hijo varón, necesitado de un modelo masculino al cual identificarse, también es importante para las hijas. Nos dice Cordes, basándose en un estudio de la analista M. Brillon:

Los padres determinan mucho más que las madres el significado de ser chica y el sentirse a gusto en la propia piel femenina [..] Las hijas no interpretan la mala relación con el padre solamente de una forma personal, sino que la ven como un rebajamiento de su feminidad (Cordes, 2004: 15-16).

El rechazo del Otro materno, del que hablábamos, dificulta, a su vez, la función paterna. La madre, en un momento dado, debe comenzar a mirar hacia otros intereses que no sean el niño: su trabajo, amistades, ocio, o el propio padre. El niño necesita verse obligado a renunciar a la madre. En el lugar del deseo de la madre encuentra la Ley del padre. Se produce, por tanto, una renuncia pulsional, se renuncia al Todo. “La Ley de la palabra introduce un intercambio que está en la base de todo posible pacto social: la renuncia al goce de todo, a quererlo todo, a serlo todo, a disfrutar de todo, a saberlo todo, hace posible la obtención de un Nombre, volverme humano”. (Recalcati, 2014: 33). Decía una paciente: “Es muy difícil tratar con estos niños, creen que lo saben todo y no atienden a nada de lo que les digo. No saben estar solos, como si no tuvieran mundo propio, siempre detrás de los mayores. Cuando he conseguido imponerme es cuando se han relajado y les he notado más cercanos”.

Con frecuencia las madres, de un modo instintivo, cuando los hijos se les van de las manos, apelan a una Ley superior, y suele ser eficaz: “Ya verás cuando llegue tu padre”, o, “esto no lo tolerarían tus abuelos”, o, “un niño no debe hacer eso, va contra la sociedad”. Lo mismo hace el maestro, apelando al director, cuando la clase se descoyunta. Y lo mismo sirve para los adultos, cuando estos también olvidan sus obligaciones. “Esto es un sin dios”, dice la expresión castellana, cuando se pierde el orden y la Ley.

A cambio de esta renuncia pulsional, el sujeto recibe una herencia que le empaca. Heredar supone un desgarro hacia adelante que permite una reconquista. Es reconocer que mi palabra viene siempre de la palabra del Otro, asumir nuestra constitución como carente, el reconocimiento de nuestra dependencia constituyente. Se hereda la posibilidad del deseo, se hereda una pasión, un testimonio, un ejemplo (Recalcati, 2014).

El Nombre del Padre (NP) es como Lacan llama a la marca significante que permite, como decimos, inscribirnos en la Ley que nos humaniza.

Recalcati nos pone el ejemplo de un padre con una hija anoréxica. El padre colma ilimitadamente de objetos a esta hija, pero sólo puede llegar hasta ella cuando él también ofrece su carencia, señal de amor que ella sí pudo recibir. El padre no sabe cuál es el sentido del mundo, lo que es justo o injusto, pero su capacidad para aceptar la Ley de la palabra, el signo del amor y del límite, da un sentido a la vida y una sensación de pertenencia.

Todos hemos sido gritos que se pierden en la noche. Pero ¿qué es un grito? En el ámbito humano, expresa la exigencia de la vida de entrar en el orden del sentido, expresa la vida como llamada dirigida hacia el Otro. El grito busca en la soledad de la noche una respuesta en el Otro… La vida sólo puede entrar en el orden del sentido si el grito es aceptado por el Otro, por su presencia y por su capacidad de escucha (Recalcati 2014: 41).

Los problemas de sexuación

 

¿Qué ocurre si nadie escucha el grito? Veamos algunos casos clínicos en los que, afortunadamente, el grito acabó siendo escuchado.

 

El caso de Alfie

 

Alfie era un joven de 14 años con un deseo decidido de ser mujer y de efectuar el tratamiento médico de transformación. Describió su primera experiencia de disforia de género a los 13 años, cuando comenzó a sentir aversión por sus características sexuales masculinas secundarias y empezó a probar a vestirse con la ropa de su madre. Al mismo tiempo, estaba sufriendo un contexto en que sus compañeros se metían con él llamándole “gay”. Padecía comportamientos autolesivos e ideación suicida. Sus padres estaban separados y reaccionaba hostilmente ante cualquier intento de explorar la relación con su padre.

“La evaluación buscó brindar a Alfie un espacio y tiempo seguros para explorar y enriquecer sus narrativas sobre su género, el desarrollo de una identidad más amplia y para individualizarse como una persona joven” (Churcher y Spiliadis, 2019).

Su predilección por las ropas de su madre parecía indicar una relación de tipo fusional. Alfie pudo entenderse a sí mismo “como un joven vulnerable y sensible [..] no estereotípicamente masculino” (Churcher y Spiliadis, 2019). Dijo seguir sintiéndose confundido acerca de su identidad, pero comenzó a tener un sentido más integrado de la misma, aceptando su sexo biológico. La decisión de transformarse se esfumó y la ideación suicida disminuyó.

 

El caso de Louise

 

Louise era una joven de 14 años. Había iniciado la transición social al género masculino a los 12 años y medio, y quería continuar con el tratamiento médico de transformación. Comía poco para frenar el desarrollo de sus características sexuales, se autolesionaba e incluso había pasado por un intento de suicidio por sobredosis. Padecía “ansiedades en torno a la pérdida de control en relación con los cambios puberales, específicamente el miedo en torno a la menstruación” (Churcher y Spiliadis, 2019) y sufría comentarios despectivos de compañeros acerca de su apariencia física.

El sistema de apoyo “le permitió moverse hacia una posición de incertidumbre más segura” (Churcher y Spiliadis, 2019). Ella reflexionó: «Sentí que siempre había querido poner a esa pobre niña en una caja y poner la tapa encima». A lo largo del tratamiento se puso en evidencia la importancia que había tenido para Louise poder identificarse como transexual en su proceso de exploración de género. Finalmente, Louise comunicó que “estaba en el proceso de ‘salir del armario’ por segunda vez, ahora como una mujer de 16 años identificada como mujer” (Churcher y Spiliadis, 2019).

Los dos casos hasta ahora descritos reportan experiencias de burla y acoso, dificultades para separarse de los padres, angustia frente al desarrollo de la sexualidad, una expresión de género no normativa que generaba sufrimiento, aislamiento y dificultades de comunicación. En definitiva, confusión de identidad. Y díganme, ¿qué adolescente no pasa por experiencias de crisis y confusión de identidad en mayor o menor intensidad? ¿Por qué no decirles la verdad, que pasar de niño a hombre, o mujer, puede ser muy angustiante, y que a veces es necesaria la ayuda profesional?

Veamos a continuación dos casos más complejos, en los que el sujeto se encuentra en un terreno más cercano a la psicosis.

 

El caso de Ives

 

Ives es un hombre que desde su primera infancia se sostenía en una femineidad imaginaria. A edad adulta su paternidad le desencadenó una psicosis, pero se alineó del lado hombre. Se dijo, “soy padre, por lo tanto hombre” (Morel, 2012: 201) y comenzó un análisis.

La madre de Ives despreciaba a los hombres, en especial a su marido. “Me tragué entero el discurso de mi madre y tiré a mi padre a la basura” (Morel 2012: 203). Esta madre convirtió a Ives en su único varón, pero como el varón era para ella despreciable, Ives quedó atrapado.

“Cuando me convertí en padre ya no me fue posible pasar reversiblemente de hombre a mujer y de mujer a hombre” (Morel, 2012: 204). Es en este momento en que Ives, necesitando la referencia fundamental del NP, pero careciendo de ella, entra en una psicosis con tentaciones de suicidio.

Ives reconoce que, de no ser por su mujer, Lara, probablemente habría perseverado en su transexualidad. Ives no podía identificarse en la categoría hombre, pues el discurso de su madre trataba al padre como un desecho. El NP no puede inscribirse cuando, por decirlo así, se pasa el plazo, pero el amor de Lara y el trabajo en terapia permitieron a Ives identificarse como varón. Él consideraba el acto sexual como un mero acercamiento cálido de los cuerpos, pero sí pudo estabilizarse.

El caso de Ven

 

Ven es una joven que siente malestar por ser mujer, quiere colocarse una prótesis peniana. Tiene el recuerdo de sentir una envidia violenta hacia su hermano, el preferido de su madre. Su madre la abandona en casa de sus abuelos, reencontrándose con ella a los 6 años. Parece que es en esta edad cuando le sobreviene la idea de querer ser un chico, en el momento en que está viendo a un chico mayor que ella orinar de pie.

Durante el estadio del espejo (Lacan, 2006), Ven queda identificado con ese otro hermano deseado por su madre.

Para Ven el acto sexual es una violación. Él aspira a una relación platónica con una mujer. El travestismo puede evitar aquí la operación, “parecer es ser” (Morel, 2012: 198) llega a decir Ven. En este sentido, la terapeuta le reconoció como hombre, sin exigirle la prueba de pene. Esta mirada no persecutoria permitió a Ven modificar su síntoma y colocarse en un lugar que ya no exigía la transformación corporal.

En Ives y Ven constatamos un mayor deterioro de la estructura de personalidad, que en Alfie y Louise. Lo que nos revela que un mismo síntoma puede responder a estructuras diferentes, que requerirán diferentes abordajes. No tiene ninguna justificación tratar a todas estas personas como si fueran iguales.

 

Prisioneros del Otro: Un bricolaje para el goce

 

Al igual que ocurría con la joven que se creía fea, Ives y Ven quedaron también prisioneros del Otro. En la clínica en general observamos frecuentemente cómo las personas quedan atrapadas trágicamente en la pregunta de “¿qué quiere el Otro de mi?”. Siguiendo a Martín (2018), constituye la principal fuente de angustia.

No hay significante que organice el torrente de goce pulsional, que se dirige al Otro, en ese grito de amor que no es escuchado. El sujeto se ve abocado a hacer un bricolaje sustitutivo del NP que marque un límite al goce. La zona erógena se vive como fuente de pulsión angustiante. La operación, en algunos casos, les permite un bricolaje, pero en muchas ocasiones les desestabiliza. El goce surge de otro modo: hipocondría, esquizofrenia, paranoia, etc. (Morel, 2002). Es decir, si el sujeto no consiguiera un bricolaje para su goce, este irrumpiría en forma de fenómenos elementales (7), lo que en algunos casos es el preámbulo de una crisis psicótica. En momentos de gran precariedad, ya sea como certeza, identificación o asíntota (decisión de transformarse que va posponiendo indefinidamente), la imagen del sexo opuesto, o presentarse como otro sexo, les permite armarse un cuerpo (Álvarez et al., 2016).

Buscaremos siempre, por tanto, que la persona pueda desarrollar su conflictiva y encontrar un equilibrio. Si esto implica identificarse por un tiempo, o permanentemente, con el síntoma transexual, se lo respetaremos, porque es la manera en como el sujeto esta trabajando en su bricolaje particular. Por eso es tan importante aceptar a la persona siempre con lo que trae, y tratar solamente de ayudar a que pueda encontrar el mejor equilibrio posible.

En el segundo informe del Observatorio de Género y Biopolítica de la Escuela Una, encontramos que la reasignación de sexo simbólica (un cambio en el registro civil o el uso de hormonas, pero sin cirugía), puede ser pacificadora. Respetar la certeza también los pacifica. Es más, la prohibición familiar a esta solución produjo un brote psicótico (Álvarez et al., 2016).

Un signo de estabilización consistiría en que el sujeto fuera capaz de hacerse la pregunta por la identidad, significaría que ya no necesita tanto la certeza.

Para saber más:

Lacan, con su revisión del caso Schreber, nos enseñó que podía haber una pendiente transexual en la psicosis (Lacan, 1955). Según Millot (1984), en la relación fusional con el Otro puede darse feminización y requerimiento de emasculación. El fenómeno se ha dado en distintas épocas y muy especialmente en la antigüedad. La mitología mostraba casi siempre al hijo amante de las Diosas madre como castrado. El culto a Cibeles, por ejemplo, requería sacerdotes eunucos.

En algunos hombres transexuales se produce una identificación a La Mujer (Millot, 1984): no cualquier mujer, no una mujer en carne y hueso, normal y vulnerable, sino un Ideal de perfección, al cual se esclavizan, tratando de remodelar sus cuerpos. Es este rechazo del Otro una manera de poner límites al goce del Otro, de hacer un bricolaje, pero a un coste muy elevado. Se trata de un imposible: construir un cuerpo perfecto, sin falta.

En el caso de la mujer transexual, la operación sobreviene, a veces, precisamente cuando se pierde la relación fusional, en un intento de obtener la completitud imaginaria del falo. No puede identificarse a La Mujer; luego, si no puede ser mujer, entonces hombre (Millot, 1984).

Hay, podría decirse, una confusión constante entre lo simbólico y lo real del cuerpo. Como dijimos, cuando falla lo primero, sufre lo segundo.

 

La Ciencia como depositaria de certezas

 

Una mujer que en el turno de preguntas de una conferencia me pregunta cómo aliviar la profunda angustia que siente su hijo porque no sabe si debería congelar sus óvulos o no por si más adelante quiere tener hijos, dado que el tratamiento hormonal podría anular su capacidad reproductiva. Le pregunto cuantos años tiene y me responde que 7 (Missé, 2018: 77).

Ante la caída de la religión, de las tradiciones, de las grandes doctrinas de pensamiento y del NP en general, la Ciencia es tomada como depositaria de certezas. Los sujetos quedan prisioneros de este gran Otro científico. Pero la actividad científica, amenazada además por la ilusión de omnipotencia cientificista, no puede actuar como NP, y como cualquier actividad humana, es susceptible de corrupción y de convertirse en portavoz ideológico de las élites.

Dice Kamran Abbasi, editor ejecutivo de la British Medical Journal, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo:

La politización de la ciencia fue desplegada con entusiasmo por algunos de los peores autócratas y dictadores de la historia, y ahora, lamentablemente, es un lugar común en las democracias. El complejo médico-político tiende a la supresión de la ciencia para engrandecer y enriquecer a los que están en el poder. Y, a medida que los poderosos se vuelven más exitosos, más ricos y más intoxicados con el poder, las verdades incómodas de la ciencia se suprimen. Cuando se suprime la buena ciencia, la gente muere (Abbasi, 2020).

 

Conclusiones: El mapa simbólico de “blasfemias”

 

Tenemos que tener estima por nuestros cuerpos tal como son. Saber que nuestros cuerpos tienen unos límites, que nunca los vamos a poder masculinizar al máximo ni feminizar al máximo. Que vayamos a llegar a un límite y ahí nos pararemos (Joana López, citado por Missé, 2018: 53).

El síntoma transexual, aunque trágico, es uno más de los efectos de una crisis civilizatoria que nos atañe a todos. Los sujetos se esclavizan a ideales crueles que toman al cuerpo como campo de batalla. El laberinto transexual no se agota nunca porque cada persona tiene un bricolaje distinto para el torrente de goce pulsional, lo que significa que los síntomas cumplen una función, guardan una lógica en el andamiaje estructural del sujeto. Por esto mismo la clínica del caso por caso se hace imprescindible.

Toda intervención debe partir de la aceptación incondicional de la persona; no se trata de negar su realidad subjetiva, sino de todo lo contrario, rescatar su subjetividad con la palabra y la escucha. Acompañamos al sujeto a iniciar un camino que no esta hecho aún, que tendrá que hacerse a cada paso, superando la angustia cada vez, los vericuetos del inconsciente y las trampas ideológicas que lo obstruyen.

No es ningún secreto que los niños necesitan amor y Ley. Romper identificaciones hacia una autoridad, mejorable siempre, pero legítima, estructurante en cualquier caso, para dejar a los sujetos en una intemperie de sentido, expuestos a identificaciones enloquecedoras, conduce al autoritarismo, al fanatismo y a la crisis civilizatoria.

Siguiendo a Gustavo Bueno, las crisis de la personalidad, en su dimensión histórica, dejan al individuo indeterminado e irresponsable, débil y enfermo para emprender un camino. “No es el miedo a la libertad —-concepto puramente metafísico— lo que impulsa a muchos individuos a acogerse a una obediencia fanática: es la disolución de todo enclasamiento firme” (Bueno, 1982: 23).

Dijo una de mis jóvenes pacientes en terapia:

“Soy como una botella vacía, fácil de mover de un lado a otro. No peso, no hay nada sólido, soy fácil de influenciar”. Rompió a llorar aduciendo que su vida no tenía sentido y que en ocasiones le daría igual morir.

Otra persona, ante la pregunta de si necesitaba hablar, respondió: “Yo creo que es lo más importante, pero ya nadie quiere escuchar a nadie, resulta incómodo y no es necesario incomodarse”.

En nuestra sociedad “los objetos de consumo han tomado el lugar del signo del amor del Otro” (Wechsler, 2008: 119). El sujeto cuyo grito no es escuchado queda en un gran desamparo, como botella que se pasa de mano en mano, como el taxi uberizado en nombre de la libertad de elección, o como el transexual, que, en nombre de una torre de Babel de géneros, no encuentra, sin embargo, uno propio que habitar.

Soy consciente de que los argumentos aquí expuestos son políticamente incorrectos, pero quizás debamos empezar a darnos cuenta de que la corrección política se ha convertido en algo monstruoso. La palabra eufemismo proviene del griego: la eupheme era utilizada en lugar de la blasfemia. El eufemismo se utiliza para no decir la verdad o para encubrir nuestra mala conciencia. Y en este caso el eufemismo encubre sufrimiento y desintegración.

Aunque, como he dicho, nunca agotamos el laberinto de la transexualidad, ni el laberinto de la vida, espero haber incorporado algunas coordenadas, un mapa simbólico de “blasfemias”, para que podamos encontrarnos y dejar de estar perdidos.

Quiero, para finalizar, recordar el Canto XXVII del Purgatorio, momento en que el padre-guía que Dante se construye para sí mismo, el poeta Virgilio, se despide de su hijo adoptivo al cual ha guiado, ha protegido y ha amado durante su tránsito por el Infierno y el Purgatorio:

Cuando debajo toda la escalera

quedó, y llegarnos al peldaño sumo,

en mi clavó Virgilio su mirada,

«El fuego temporal, el fuego eterno

has visto hijo; y has llegado a un sitio

en que yo, por mí mismo, ya no entiendo.

Te he conducido con arte y destreza;

tu voluntad ahora es ya tu guía:

fuera estás de camino estrecho o pino.

Mira el sol que en tu frente resplandece;

las hierbas, los arbustos y las flores

que la tierra produce por sí sola.

Hasta que alegres lleguen esos ojos

que llorando me hicieron ir a ti,

puedes sentarte, o puedes ir tras ellas.

No esperes mis palabras, ni consejos

ya; libre, sano y recto es tu albedrío,

y fuera error no obrar lo que él te diga:

y por esto te mitro y te corono.»

(Traducción de Cayetano Rosell).

 

Notas

 

(1) Nuestros cuidadores van colocándonos marcas significantes que limitan nuestra pulsión. El sujeto se identifica con un significante primordial que remite a su vez a otro significante. Lo simbólico esta constituido por la lógica del sistema significante, no necesariamente la lengua hablada (Cosenza, 2008). “El sujeto no es causa del lenguaje, sino que es causado por éste” (Dor, 2009: 121).

(2) Si en el deseo, que es vitalidad y pasión, se ha operado una separación y el sujeto ha construido una falta simbólica (precisamente porque esta en falta es por lo que desea), la posición de goce, en cambio, es mortecina, incestuosa, sin separación, sin límites. En términos freudianos, es un “más allá del principio del placer”, que ya no genera placer, o en todo caso genera un placer doliente. “El goce expresa la satisfacción paradójica que el sujeto tiene de su síntoma o, dicho de otro modo, el sufrimiento que deriva de su propia satisfacción (incluso en el sentido de lo que con Freud podríamos ubicar en términos de ganancia primaria de la enfermedad)” (Muñoz, 2018: 16).

(3) Un análisis completo de Solaris, de Andréi Tarkovski, se puede encontrar en la siguiente dirección: https://hoyospsicologo.com/solaris-de-tarkovski-analisis-psicoanalitico-video/

(4) El síntoma entendido aquí como el efecto visible que remite a una posición inconsciente. Esto a lo que remite el síntoma, su causa, no es necesariamente patológico, en el sentido etimológico de “sufrimiento”, aunque con frecuencia lo sea.

(5) (La nota es nuestra). El passing es una palabra del argot trans que designa a personas transexuales que pasan desapercibidas como tal. Siguiendo a Missé, el passing se ha convertido en la normatividad trans dominante. Muchos jóvenes buscan el éxito que tienen los transexuales famosos, atractivos y con un passing indiscutible.

(6) Recuperado de: http://etimologias.dechile.net/?sexo

(7) El psiquiatra francés Clérambault elaboró el síndrome del automatismo mental (AM). Para Fernando Colina y J. M. Álvarez, el AM constituye un modelo nosológico para pensar la locura. Los fenómenos eran descritos como la “inefabilidad de experimentar el propio pensamiento, los propios actos, las propias sensaciones corporales, o los propios sentimientos, como si fueran ajenos, impropios o impuestos” (Álvarez y Colina, 2016). A menudo el sujeto escucha ruidos carentes de sentido o significación, es el significante bruto en lo real. El ruido después se hará verbo y se le dotará de sentido en el delirio. En cualquier caso, según José María Álvarez, la presencia de estos fenómenos no implica que necesariamente la psicosis se desencadene.

 

Referencias

 

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