El sistema de salud mental forma parte del problema de la salud mental, y muy especialmente en la cuestión de elaboración de duelos. El mero hecho de hablar con este lenguaje clínico que impone patologías cierra, de algún modo, el discurso de la propia persona, eliminando su subjetividad. Muchos han llegado a creer que modificando pautas de conducta es suficiente para elaborar un duelo complicado y esto no es así. Abundando más, la ideología que subyace en los libros de autoayuda es, a mi juicio, represiva, pues nos hace creer que modificando el pensamiento consciente y determinadas pautas de conducta, nos sentiremos bien. ¿Qué ocurre cuando esto no se da así?
En el momento presente los tiempos de espera se han acortado o eliminado, vivimos en el tiempo de la inmediatez, se nos ha desacostumbrado a esperar. A una semana de la pérdida los pacientes ya vienen medicados con antidepresivos. El medicamento disminuye los síntomas, lo que nos permite seguir funcionando, seguir produciendo, pero también nos impide elaborar el duelo: sentir dolor, pensar en la persona amada, poder ligar la elaboración intelectual con la parte afectiva y crear un sentido.
La psiquiatría, y en parte también la psicología hegemónica, ha patologizado procesos normales que forman parte de la vida. En la tercera edición del Manual de Diagnósticos Psiquiátricos (DSM-III), del año 1980, el diagnóstico de depresión quedaba excluido si la persona padecía síntomas depresivos a consecuencia de un duelo. Este criterio se modificó arbitrariamente en la cuarta edición del manual, publicado en 1994, en este momento se considera depresión si los síntomas acaecidos por un duelo persisten más de dos meses. Es decir, si por ejemplo tu pareja ha fallecido y tu estado de ánimo depresivo dura más de dos meses, técnicamente tienes un trastorno depresivo mayor. Esto, que a todas luces es un disparate, no terminó aquí, pues en la última y más reciente edición del manual, la número V, ya no existe el criterio eximente por duelo. Es decir, que estar decaído por la muerte de una persona querida, no se considera normal y natural, sino un trastorno psicopatológico. Puedes ser diagnosticado y medicado solamente con padecer síntomas depresivos durante dos semanas.
A mi juicio, el sistema de salud mental forma parte del problema de la salud mental, y muy especialmente en la cuestión de elaboración de duelos. El mero hecho de hablar con este lenguaje clínico que impone patologías cierra, de algún modo, el discurso de la propia persona, eliminando su subjetividad. Muchos han llegado a creer que modificando pautas de conducta es suficiente para elaborar un duelo complicado y esto no es así. Abundando más, la ideología que subyace en los libros de autoayuda es, a mi juicio, represiva, pues nos hace creer que modificando el pensamiento consciente y determinadas pautas de conducta, nos sentiremos bien. ¿Qué ocurre cuando esto no se da así? La persona se culpabiliza y se hunde. Además, este pensamiento, ya tan extendido en nuestra sociedad, guarda cierta relación con la doctrina de la predestinación del irracionalismo calvinista, pues al final se concluye que cada cuál tiene lo que se merece, de tal forma que ya nadie escucha el sufrimiento del otro, sino que meramente se concluye que si esta mal es porque quiere. Esto es, sencillamente, atroz.
Muchos factores influyen en la elaboración del duelo, facilitándolo o haciéndolo más complicado.
El dolor del que se siente abandonado, sobre todo si el abandono es sorpresivo, (el duelo es más fácil si la pérdida no es inesperada), es como si volviera a sentir todos los rechazos de su vida. Si el abandono se produce por internet, sin dar la cara, sin permitir al rechazado replicar o preguntar lo que necesite, le deja en un lugar pasivo de incomprensión. Pueden surgir autorreproches, culpa y rumiaciones, que hacen muy difícil poner concentración en otras actividades.
A veces un duelo menor hace de anzuelo para un duelo más importante anterior, y la persona no se explica por qué tanto dolor.
Si el dolor nos desborda se produce un estancamiento de energías sin vía de salida, la carga aumenta, y puede haber carga de sucesivos duelos que no pudieron ser elaborados. Sencillamente puede ser algo insoportable que produce mucha angustia, se generan síntomas para tratar de canalizarlo. El duelo complicado puede dar lugar a la depresión, que sería el parón del deseo, del motor de la vida. En este punto sería absolutamente normal que se dieran ideaciones suicidas. Freud lo expresaba en Duelo y melancolía con su famosa cita “una sombra cae sobre el yo”.
Hay personas amadas que pueden ser insustituibles (o parecérnoslo), forman parte de nuestra identidad tan profundamente, que su falta nos produce una desgarradora herida narcisista. “La risa de mi hijo. He perdido la risa de mi hijo», se lamentaba Francisco Umbral en Mortal y Rosa, su novela lírica sobre la pérdida física de su hijo pequeño. Idealizar a la persona que ya no está o culpabilizarnos por la pérdida, son formas de retener a la persona amada. Decía el poeta Antonio Machado en Yo voy soñando caminos:
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
“ya no siento el corazón”.…
Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.
En terapia tratamos de resignificar la experiencia, dotándola de sentido, hacemos un relato de lo sucedido, lo metaforizamos, esto permite desalojar dolor. En este sentido la experiencia del exfutbolista Santiago Cañizares me parece muy enriquecedora. Su relato completo se puede ver en el siguiente vídeo. El matrimonio perdió a un hijo pequeño, el sentido que le dieron a la pérdida no puede ser más bello y es indudable que les ayudó a sobrellevarlo.
Entramos aquí en la importancia de los recursos de los que dispone la persona sufriente: la disponibilidad y calidad de sus vínculos con seres queridos, con personas de apoyo con las que pueda resignificar, su nivel socioeconómico, su capacidad cognitiva, etc. La soledad, que en las sociedades occidentales crece enormemente, es, que duda cabe, un factor de riesgo.
Para Darian Leader el proceso de duelo está desapareciendo. No estamos dispuestos a escuchar. Muchas personas parecen volcar sus necesidades de amar y ser amados con sus mascotas, o con el nuevo ramillete de identidades políticas, que no dejan de ser vínculos de enorme fragilidad. Una mascota no podrá darles la comprensión y calidez de un ser humano. Sin la experiencia del vínculo se pierde el sentido de la vida. El ser humano no puede pretender reconocerse en el reflejo de una pantalla o en los ojos de un animal. Sólo un ser humano puede reconocer a otro.
La ausencia de ambivalencia, para la psicoanalista Pilar Nieto, complica el proceso. Por ambivalencia entendemos que la persona pueda sentir tanto las emociones de amor como las de odio. Especialmente preocupante es si el odio se vuelca contra uno mismo, con constantes auto-denigraciones. Es necesario poder expresar agresividad hacia fuera, de una manera no lesiva.
Cada experiencia personal es única, ¿qué pérdida original se está repitiendo? Toda ausencia nos remite a nuestras ausencias primordiales, a veces a aquello que nunca se tuvo, a los objetos que no pudieron interiorizarse, a las deprivaciones afectivas. Lo que para unos supone miedo, para otros supone terror. Lo que unos consiguen sobrellevar, a otros les impide seguir. Estamos constantemente elaborando duelos: por la pérdida de la inocencia, por la pérdida de amigos, por la pérdida de ilusiones, de trabajos, pero la peor pérdida es la del sentido, la de la capacidad de crear, de sentir. En una melancolía psicótica severa, precisamente, se deja de sentir. Ya no hay dolor, pero tampoco vida. Si la cosa se pone fea, como decía Sartre, a veces es necesario obrar sin esperanza, caminar a tientas, recomponerse con los restos del naufragio, pero sobre todo pedir ayuda, sublevarse contra los discursos del sistema, contra todo aquello que rompe vínculos, que desune a la gente.
Imagen
Adiós (1892), de Alfred Guillou.