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Es fácil entender la inhibición que le puede sobrevenir a una persona como consecuencia de una serie de fracasos continuos, pero más difícil parece dilucidar qué le ocurre a una persona cuando se boicotea a sí misma para no ver cumplido un deseo de éxito; o que enferma, de alguna manera, cuando el éxito se consuma.

Freud, en su texto Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico, nos explica que cuando la frustración exterior cede al cumplimiento del deseo surge una frustración interior, un conflicto con los poderes de la conciencia moral impiden disfrutar del éxito. En otras palabras, un conflicto inconsciente nos genera culpa. Estas fuerzas de la conciencia moral se entraman íntimamente con el complejo de Edipo, como quizás lo hace nuestra conciencia de culpa en general.

Pero para profundizar un poco vamos a conocer el caso real del célebre escritor Franz Kafka

Franz Kafka, nacido en Praga en 1883, escribió obras como El proceso o La metamorfosis, que supusieron un enorme impacto en la literatura universal. Un aspecto fundamental que marcó su vida y su escritura fue la relación que tuvo con su padre. En noviembre de 1919 Kafka escribe una carta a su padre, publicada póstumamente en 1952 con el título Carta al padre.

Carta al padre

En este texto Kafka, con una valentía, lucidez y sinceridad excepcionales, relata el carácter maltratador que su padre tuvo con él desde la infancia, y las consecuencias psíquicas que le dejó esta relación. Escribe Kafka:

“Tú estabas dotado para mí de eso tan enigmático que poseen los tiranos, cuyo derecho está basado en la propia persona, no en el pensamiento…

Yo estaba bajo tu enorme peso, en todo mi pensar, incluido el que no coincidía con el tuyo, y sobre todo en ése. Todos esos pensamientos aparentemente autónomos estaban hipotecados desde un principio por tu juicio desfavorable; soportar eso hasta la realización completa y duradera del pensamiento era casi imposible. No hablo aquí de ningún pensamiento elevado sino de cualquier pequeña empresa de la infancia. Sólo hacía falta ser feliz por cualquier cosa, estar encantado con ella, llegar a casa y decirlo, y la respuesta era un suspiro irónico, un sacudir la cabeza, un tamborileo sobre la mesa…

Esos desengaños del niño no eran desengaños de la vida corriente sino que, por tratarse de tu persona, medida de todas las cosas, llegaban hasta la médula. El coraje, la decisión, el optimismo, la alegría por esto o por aquello no se mantenían hasta el final cuando tú estabas en contra o incluso cuando uno sólo suponía que tú estabas en contra; y eso se podía suponer en casi todo lo que yo hacía”.

Este padre no adopta un papel de autoridad, sino un papel autoritario. El padre, el espejo idealizado donde todo niño construye su identidad y sus sentimientos de sí mismo, lo encuentra Kafka convertido en un tirano que le devuelve gestos burlones y desprecio. El niño necesita su aprobación pero nada de lo que hace le sirve, el conflicto fundamental que persiste en el Kafka adulto es expresado por el propio autor de la siguiente manera:

“Vivía bajo unas leyes que sólo habían sido inventadas para mí y que además, sin saber por qué, nunca podía cumplir del todo…

Yo vivía en perpetua ignominia: o bien obedecía tus órdenes, y eso era ignominia, pues tales órdenes sólo tenían vigencia para mí; o me rebelaba, y también era ignominia, pues cómo podía yo rebelarme contra ti; o bien no podía obedecer, por no tener, por ejemplo, tu fuerza, ni tu apetito ni tu habilidad, y tú sin embargo me lo pedías como lo más natural; ésa era, por supuesto, la mayor ignominia. De este género eran, no las reflexiones, sino los sentimientos de aquel niño”.

Kafka ha recibido un llenado narcisista tan insuficiente que se aferra a la identificación paterna, quedando atrapado en un conflicto donde haga lo que haga sentirá el duro juicio de su conciencia moral. Una conciencia moral muy primitiva y precariamente construida, y por tanto cruel en extremo. Las consecuencias son explicadas también por el propio autor:

“Cuando yo empezaba a hacer algo que no te gustaba y tú me amenazabas con el fracaso, mi respeto a tu opinión era tan grande que ese fracaso, aunque tal vez viniese más tarde, ya era inevitable. Perdí la confianza en lo que hacía. Era inseguro, dubitativo. Cuantos más años iba teniendo, tanto mayor era el material que tú podías presentarme como prueba de mi nulidad; poco a poco empezaste a tener realmente razón, en cierto sentido”.

En varias ocasiones insiste en que no puede liberarse de su padre. El autor sólo puede canalizar este conflicto nuclear, aparentemente irresoluble, desarrollando una neurosis obsesiva que se manifiesta, sobre todo, en una enorme inhibición de su vida pulsional, en una evasión de la vida y sus grandes decisiones. Tanto es así, que Kafka podría haber obtenido éxito con su literatura y con su futuro matrimonio, pero abortó ambos proyectos, no se casó y apenas quiso publicar en vida, poco antes de morir pidió que se destruyera su obra.

“La opinión que tenía de mí dependía de ti mucho más que de ninguna otra cosa, de un éxito exterior por ejemplo. Eso era un estímulo que duraba un instante, y fuera de eso, nada; pero en el otro lado, tu peso empujaba cada vez con más fuerza hacia abajo”.

Finalmente aborta su proyecto de matrimonio:

“El matrimonio es, sin duda, garantía de la más radical autoliberación e independencia. Yo tendría una familia, lo máximo que se puede alcanzar según mi opinión, o sea, también lo máximo que has alcanzado tú, yo sería igual a ti, toda la antigua y perpetuamente nueva ignominia y tiranía habrían pasado a la historia. Eso sería en efecto maravilloso, pero ahí está también el problema. Es demasiado, tanto no se puede alcanzar…

Para llegar a eso habría que invalidar todo lo sucedido, o sea, tendríamos que eliminarnos a nosotros mismos”.

“Tengo que renunciar”.

“Tengo que elegir la nada”.

La carta nunca fue entregada a su padre. La culpa pareció perseguir a Kafka toda su vida. Josef K., el personaje protagonista de El proceso, amanece un día con dos funcionarios de justicia al pie de su cama anunciándole que ha sido acusado en un proceso judicial. El señor K. es culpable de algo y no sabe de qué, a partir de ahí comenzará un proceso truculento donde nada parece tener sentido, donde haga lo que haga es inútil. ¿Hasta qué punto la vida de Franz Kafka se asemejó a esta pesadilla?.

Con un sufrimiento como el de Kafka, la terapia cognitivo-conductual, en teoría, chocaría frontalmente, pues el propio autor ha llegado él solito a la expresión de la creencia nuclear distorsionada de su neurosis, y sin embargo la neurosis persiste. Expresar el conflicto no supone resolverlo, Kafka habría necesitado atravesar sus fantasmas de completud, conectar con las emociones desplazadas, en especial el odio y la agresividad volcada sobre sí mismo, habría necesitado jugar su relación fantasmática con su padre en la seguridad de una relación honesta. Recordar para dejar de repetir, conectar con su agresividad para liberarla.

No pudo ser pero creo que sin duda Kafka es un buen ejemplo de los que fracasan al triunfar.

Fuentes

Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico. Sigmund Freud. Obras Completas Editorial Amorrortu vol. 14. 1916.

Carta al padre. Franz Kafka.